martes, 28 de diciembre de 2010

La nueva ley anti tabaco

Ya era hora de que se pusiera coto a la dictadura que han venido imponiendo siempre os fumadores.

Por la fuerza de los hechos consumados, los fumadores campaban a sus anchas por todos los lugares públicos y privados en España, establecimientos, oficinas, parques, colegios (recuerdo a mis profesores fumando tranquilamente en clase, allá por los años 70 y 80), y sobre todo, en los lugares de ocio, discotecas, restaurantes...
 
Los no fumadores hemos transigido con una situación que se ha venido dando siempre "de facto", hasta el punto de que los extraños éramos nosotros.

Desde que tengo recuerdos, el tabaco ha estado siempre presente en nuestras vidas. Poco a poco, a lo largo de los últimos años, ha ido desapareciendo de algunos sitios. Aunque ahora parezca el más remoto de los pasados, no hace tanto tiempo que mis compañeros de clase fumaban en el instituto o la universidad, y los compañeros de trabajo fumaban en la oficina. Cuando se prohibió el tabaco en los centros de trabajo también se pensó que sería un gran problema, pero la sociedad se acostumbró, no se produjo ningún trauma y todos fuimos un poco más libres.

Sin embargo, todavía quedaba dar un paso más. En la vida cotidiana sigo sufriendo las colillas en la playa o en los parques infantiles (que tienen miedo de provocar un incendio en la papelera con la colilla, dicen) y sigue siendo normal que un padre se fume un cigarrillo mientras lleva a su hijo pequeño de la mano, lo cual me parece una atrocidad tolerada.


Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla. Ya no se podrá fumar en restaurantes, bares, parques, etc... Los fumadores, después de haber estado campando a sus anchas durante siglos, ahora se consideran atacados por una ley demasiado severa, según ellos. Siguen sin darse cuenta del impacto que tiene para los demás (y para ellos mismos) el inocente hecho de fumarse un simple cigarrillo.

Por mi parte, estoy deseando que llegue el día en que pueda entrar en un recinto sin temor a que mi ropa salga impregnada de ese desagradable hedor, que pueda ir a un restaurante con la tranquilidad de saber que mi comida no sabe a humo, y que no habrá un vecino de mesa importunándome con su pestilente puro.

Sólo faltan 4 días. Por fin la sociedad ha entendido que la otra parte también tiene derechos.

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